Además de sus infraestructuras, su código civil o su lengua, en su expansión del Imperio Romano también compartió todos los secretos de su gastronomía: desde el uso de las primeras sartenes hasta el empleo de técnicas como la salazón. Esta nueva forma de conservación fue vital para preservar las capturas del bacalao que, en los siglos posteriores, hicieron famosos a los balleneros y pescadores vascos en todo el mundo.
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